EL CARNAVAL DE RÍO A RITMO DE VIOLENCIA
RUI FERREIRA / El Nuevo Herald
RIO DE JANEIRO, Brasil
Un virtual estado de guerra reina en las calles de Río de Janeiro en vísperas del carnaval carioca días después que la delincuencia organizada tomara por asalto barrios enteros de una ciudad a punto de celebrar la fiesta que la ha hecho famosa alrededor del mundo.
Las autoridades trasladaron a una cárcel de otro estado al narcotraficante presuntamente responsable de los sorprendentes ataques y se concedió a la policía derecho de disparar a matar, sin muchos miramientos.
``[La policia] está en la calle, y si tiene que haber un enfrentamiento, ahí estamos. Y si alguien tiene que morir, pues que muera. Aquí no hay contemplaciones, no hay discusiones'', dijo sin vacilaciones el secretario de seguridad de Río de Janeiro, Josias Quintal.
``La policía tendrá cuidado con los inocentes pero sin demasiadas preocupaciones, porque no va a dejar de hacer lo que tenga que hacer'', agregó.
El alcalde de la ciudad, César Maia fue un poco más filosófico.
``Si yo hubiera sido gobernador [del estado de Río de Janeiro] el 11 de septiembre pasado, hubiera mandado la policía invadir las cárceles y matar todos los bandidos que hiciera falta'', dijo Maia, en referencia a otra ola de violencia que padeció la urbe a manos del crimen organizado.
Hace 72 horas que Río de Janeiro vive un clima de estado de sitio latente, después de que decenas de delincuentes atacaron el lunes la ciudad en dos oportunidades y mantuvieron como virtuales rehenes a millones de cariocas.
Se incendiaron decenas de autobuses y de autos, dispararon a la policía y lanzaron granadas y bombas caseras contra edificios en una espiral de violencia sin parangón.
Meses antes, en septiembre, una rebelión en las cárceles de la ciudad motivó también un ataque de los delincuentes, pero menos intenso que el de esta semana.
Aunque han bajado de intensidad desde el lunes, los actos de violencia de este tipo no se han detenido. De hecho, una fuente policial dijo a El Nuevo Herald que las autoridades esperan hoy un ataque de mayor intensidad.
En la madrugada de ayer, cuatro autobuses fueron incendiados y al menos tres patrulleros de la policía militar resultaron tiroteados. Y, como la policía aprentemente rebajó su cuidado sobre a quién dispara, cuatro mujeres inocentes murieron en los intercambios de disparos en una favela.
Para enfrentar los desordenes, a las puertas del carnaval que atrae unos 400,000 turistas y 2 millones de cariocas, la gobernadora de Río, la evangelista Rosinha Matheus, desencadenó la ``Operación Río Seguro'' con el apoyo del gobierno federal.
José Dirceu, el jefe de la Casa Civil del presidente Luiz Inácio Lula da Silva, voló ayer de urgencia desde Brasilia para ofrecer todo el apoyo presidencial a la gobernadora.
Sin hablar en militarización de la ciudad, el gobierno central decidió enviar a Río de Janeiro unos 3,000 soldados que, junto a 16,000 policías civiles y militares, intentaran mantener la seguridad del carnaval durante los próximos seis días.
Una de las condiciones puestas por Dirceu a Matheus para recibir ayuda federal fue el aislamiento de Fernandinho Beira-Mar, el narcotraficante brasileño extraditado de Colombia el año pasado después de ser descubierto intercambiando drogas por armas con las rebeldes Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).
Beira-Mar fue sacado de la cárcel de Bangú durante la madrugada en un operativo de extrema seguridad, que mobilizó 400 hombres, 20 de los cuales custodiaron personalmente los 20 presos más peligrosos de la cárcel.
El narcotraficante fue transportado a un aeropuerto militar, de donde lo trasladaron hacia una remota cárcel de alta seguridad en el estado de Sao Paulo.
Las autoridades acusan a Beira-Mar de ser el cerebro de la ola de violencia actual y de la del 11 de septiembre.
Según Quintal, el preso también fue responsable de una agresión con armas de fuego a la alcaldía de Río, el Palacio da Guanabara.
Las autoridades han proibido la visita de abogados a los presos de máxima seguridad, porque sospechan que son realmente ``palomas mensajeras'' de los narcotraficantes hacia sus hombres en el exterior.
Todos ellos, considerados de alta peligrosidad, recibían múltiples visitas de abogados que jamás los habian defendido ante un tribunal. Beira-Mar, dijo Quintal, recibió a 91 en los últimos dos meses. También se comunicaba con su hombres por teléfono celular.
``Con Beira-Mar no hay arreglo. Tiene que ser encerrado sin la más mínima posibilidad de comunicarse con el exterior. Es un criminal irrecuperable. Tiene muchos recursos y no lo detiene nadie'', añadió Quintal.
En otro frente, las autoridades se encuentran preocupadas por las consecuencias que los hechos de este semana pueden tener en el turismo que colma Río por esta época.
Un periodista local admitió a El Nuevo Herald, bajo condición de anonimato para ``no molestar a mi jefe y a la gobernadora'', que tienen que ofrecer ``una visión light de lo que está sucediendo''.
``Si hablamos descarnadamente, los turistas no vienen. Pero hay una realidad, ellos podrían terminar muertos. La violencia es real. La prensa aquí vive en ese dilema'', agregó.
RIO DE JANEIRO, Brasil
Un virtual estado de guerra reina en las calles de Río de Janeiro en vísperas del carnaval carioca días después que la delincuencia organizada tomara por asalto barrios enteros de una ciudad a punto de celebrar la fiesta que la ha hecho famosa alrededor del mundo.
Las autoridades trasladaron a una cárcel de otro estado al narcotraficante presuntamente responsable de los sorprendentes ataques y se concedió a la policía derecho de disparar a matar, sin muchos miramientos.
``[La policia] está en la calle, y si tiene que haber un enfrentamiento, ahí estamos. Y si alguien tiene que morir, pues que muera. Aquí no hay contemplaciones, no hay discusiones'', dijo sin vacilaciones el secretario de seguridad de Río de Janeiro, Josias Quintal.
``La policía tendrá cuidado con los inocentes pero sin demasiadas preocupaciones, porque no va a dejar de hacer lo que tenga que hacer'', agregó.
El alcalde de la ciudad, César Maia fue un poco más filosófico.
``Si yo hubiera sido gobernador [del estado de Río de Janeiro] el 11 de septiembre pasado, hubiera mandado la policía invadir las cárceles y matar todos los bandidos que hiciera falta'', dijo Maia, en referencia a otra ola de violencia que padeció la urbe a manos del crimen organizado.
Hace 72 horas que Río de Janeiro vive un clima de estado de sitio latente, después de que decenas de delincuentes atacaron el lunes la ciudad en dos oportunidades y mantuvieron como virtuales rehenes a millones de cariocas.
Se incendiaron decenas de autobuses y de autos, dispararon a la policía y lanzaron granadas y bombas caseras contra edificios en una espiral de violencia sin parangón.
Meses antes, en septiembre, una rebelión en las cárceles de la ciudad motivó también un ataque de los delincuentes, pero menos intenso que el de esta semana.
Aunque han bajado de intensidad desde el lunes, los actos de violencia de este tipo no se han detenido. De hecho, una fuente policial dijo a El Nuevo Herald que las autoridades esperan hoy un ataque de mayor intensidad.
En la madrugada de ayer, cuatro autobuses fueron incendiados y al menos tres patrulleros de la policía militar resultaron tiroteados. Y, como la policía aprentemente rebajó su cuidado sobre a quién dispara, cuatro mujeres inocentes murieron en los intercambios de disparos en una favela.
Para enfrentar los desordenes, a las puertas del carnaval que atrae unos 400,000 turistas y 2 millones de cariocas, la gobernadora de Río, la evangelista Rosinha Matheus, desencadenó la ``Operación Río Seguro'' con el apoyo del gobierno federal.
José Dirceu, el jefe de la Casa Civil del presidente Luiz Inácio Lula da Silva, voló ayer de urgencia desde Brasilia para ofrecer todo el apoyo presidencial a la gobernadora.
Sin hablar en militarización de la ciudad, el gobierno central decidió enviar a Río de Janeiro unos 3,000 soldados que, junto a 16,000 policías civiles y militares, intentaran mantener la seguridad del carnaval durante los próximos seis días.
Una de las condiciones puestas por Dirceu a Matheus para recibir ayuda federal fue el aislamiento de Fernandinho Beira-Mar, el narcotraficante brasileño extraditado de Colombia el año pasado después de ser descubierto intercambiando drogas por armas con las rebeldes Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).
Beira-Mar fue sacado de la cárcel de Bangú durante la madrugada en un operativo de extrema seguridad, que mobilizó 400 hombres, 20 de los cuales custodiaron personalmente los 20 presos más peligrosos de la cárcel.
El narcotraficante fue transportado a un aeropuerto militar, de donde lo trasladaron hacia una remota cárcel de alta seguridad en el estado de Sao Paulo.
Las autoridades acusan a Beira-Mar de ser el cerebro de la ola de violencia actual y de la del 11 de septiembre.
Según Quintal, el preso también fue responsable de una agresión con armas de fuego a la alcaldía de Río, el Palacio da Guanabara.
Las autoridades han proibido la visita de abogados a los presos de máxima seguridad, porque sospechan que son realmente ``palomas mensajeras'' de los narcotraficantes hacia sus hombres en el exterior.
Todos ellos, considerados de alta peligrosidad, recibían múltiples visitas de abogados que jamás los habian defendido ante un tribunal. Beira-Mar, dijo Quintal, recibió a 91 en los últimos dos meses. También se comunicaba con su hombres por teléfono celular.
``Con Beira-Mar no hay arreglo. Tiene que ser encerrado sin la más mínima posibilidad de comunicarse con el exterior. Es un criminal irrecuperable. Tiene muchos recursos y no lo detiene nadie'', añadió Quintal.
En otro frente, las autoridades se encuentran preocupadas por las consecuencias que los hechos de este semana pueden tener en el turismo que colma Río por esta época.
Un periodista local admitió a El Nuevo Herald, bajo condición de anonimato para ``no molestar a mi jefe y a la gobernadora'', que tienen que ofrecer ``una visión light de lo que está sucediendo''.
``Si hablamos descarnadamente, los turistas no vienen. Pero hay una realidad, ellos podrían terminar muertos. La violencia es real. La prensa aquí vive en ese dilema'', agregó.