RUI FERREIRA /
El Nuevo Herald
OKEECHOBEE, Florida
Hace dos semanas que los hermanos Bucio no duermen en sus casas. Tampoco saben qué decirles a sus hijos, quienes detrás de sus enormes ojos negros imploran a cada segundo que les digan qué va a ser de ellos, ahora que Frances y Jeanne acabaron con las casas móviles que compraron con tanto sacrificio.
Margarito, Sergio y Eliborio son tres emigrantes mexicanos que vinieron a la Florida desde Michoacán en busca de un futuro mejor que les permitiera alimentar a los suyos, enviar los niños a la escuela y, quizás, ayudar a los que quedaron atrás.
Primero vino uno, y después arrastró a los demás, cuando descubrió que en la Florida hay trabajo para todos desde los naranjales hasta la construcción.
ROBERTO KOLTUN / El Nuevo Herald
MARGARITO BUCIO está sentado sobre los restos de su casa movil en el norte de la Florida, luego del paso del huracán. Años de sacrificio que ahora se traducen en dolor, pero no en derrota.
Así fueron construyendo su mundo. Los tres hermanos compraron modernos automóviles, llenaron tres casas móviles con enormes televisores, sus mujeres los llaman continuamente a través de modernos celulares, van a misa todos los domingos y pasaban sus buenos ratos de ocio con sus ``paisanos''.
Una vida modesta, sencilla que terminó súbitamente el mes pasado cuando los vientos huracanados de Frances comenzaron a surcar sus predios, arrancaron sin misericordia parte de los techos de las casas móviles, tumbaron los árboles y los dejaron a la intemperie.
Pero la adversidad no los doblegó. ''Había trabajo, me compré un refrigerador nuevo y seguimos trabajando'', dijo Margarito.
Aun así, la tregua duró poco. Jeanne llegó súbitamente, aun antes del fin de la reconstrucción y el refrigerador nuevo solo duró dos días.
Los tres hermanos viven en el llamado ''barrio mexicano'' del pueblo de Okeechobee, al norte del lago del mismo nombre, un conglomerado de 16 familias mexicanas, donde no quedó una casa a la redonda sin un indicio del paso de los huracanes.
Su situación no es única. Es más bien la muestra de lo que viven unas 1,000 familias mexicanas en la Florida que han sido afectadas por los huracanes, según las autoridades mexicanas.
Consciente de la situación, de inmediato, la Agencia Federal de Emergencias (FEMA, por sus siglas en inglés) comenzó el inventario de pérdidas y necesidades financieras, y en unas dos semanas comenzarán a llegar los cheques de alivio para la incipiente reconstrucción de las casas y de sus vidas.
Este inventario de necesidades ha sido posible por una estrecha colaboración entre los diplomáticos mexicanos y las autoridades federales, quienes mutuamente se ayudaron en la identificación de las víctimas.
Tan pronto se hicieron sentir los primeros efectos de los huracanes y la desgracia se hizo evidente, los dos consulados mexicanos en la Florida, en Miami y Orlando, han acudido en ayuda de sus compatriotas, afectados no sólo por Frances y Jeanne, como también Iván y Charley.
''Enviamos gente a todas las comunidades, hicieron un inventario de las necesidades, de su situación y hemos trabajado con FEMA identificando los problemas'', explicó el cónsul general de México en Miami, Jorge Lomónaco.
Además, México ha instituido un fondo de ayuda a los mexicanos, con un aporte inicial de $20,000 que el cónsul espera ver crecer rápidamente con la contribución de la comunidad.
En una serie de giras por las comunidades mexicanas, desde el impacto del primer de los cuatro huracanes, los funcionarios del consulado de Miami además de inventariar los daños y necesidades de sus compatriotas, también los han puesto en contacto con una red de abogados, conectados con los consulados, quienes los ayudan a presentar sus reclamos de ayuda federal, poniéndolos en contacto con agencias como FEMA.
El Nuevo Herald conoció que las autoridades federales, en una muestra de buena voluntad, ha ordenado a FEMA permitirle a los mexicanos indocumentados hacer el pedido de ayuda a nombre de sus hijos nacidos en Estados Unidos, una particularidad que abarca a la aplastante mayoría en esa situación.
Y ahora, gente como Margarito ven con esperanza esa opción, ya que sus viviendas de antes ahora son inmensos lodazales con animales sueltos por doquier y casas partidas al medio por los árboles caídos. También se observan habitaciones enteras, camas, cocinas, mesas, sillas y armarios con ropa y zapatos, regados en metros a la redonda y un penoso estado sanitario, agravado por la falta de electricidad y agua corriente.
''Ahora EEUU está más feo que México. Aquí los huracanes desaparecen las casas y allá las casas de piedra labrada siguen en pie'', comentó María Piñón.
''Lo peor es la falta de trabajo. Ahora no hay nada'', explica Margarito, de 30 años.
''No sé que decirle a mis hijos, ellos no entienden lo que pasó'', sostiene, mientras apunta hacia los niños, de cinco, seis y siete años, consumidos por miradas de tristeza y desolación que ''no dejan de estremecerme'', indica Hugh Duffy, el padre irlandés de la parroquia local.
Por estos días, Duffy ha sido un pilar emocional muy firme para ellos. Hace 20 años que vive en la parroquia, porque ''alguien tuvo que quedarse aquí cuando mis colegas se fueron'', y para quien estos huracanes representaron también un momento de enfrentamiento con la curia.
''Es increíble, pero cierto. Me dijeron que no podía abrir la iglesia como refugio para estas personas porque no tenía condiciones. ¿Sabe lo que es eso?'', dice el padre, como si aún no creyera lo que le ordenaron. Por supuesto, no hizo caso a sus superiores.
''Fue una cosa de locos. A mí que me digan dónde las sagradas escrituras dicen que no debemos proteger a estas gentes porque los refugios no son seguros'', expresó Duffy.
El padre no deja de ver cierta ironía en la experiencia que acaba de pasar. ''Le cuento algo: cuando vinieron los huracanes, los mexicanos no tuvieron crisis de fe, decían que era la naturaleza, no que Dios los hubiera abandonado'', expresó. Lo mismo no sucedió con sus parroquianos anglos, añadió.
Por eso, Duffy cree que sus fieles mexicanos van a lograr enderezar su vida, porque tienen una fe inquebrantable en sí mismos.
Ahora, ''eso no significa que no necesitan ayuda'', acotó.
(C) 2004 El Nuevo Herald