RUI FERREIRA /
El Nuevo Herald
Un atardecer de esta semana en Miami, una ambulancia avanzaba entre el infernal tráfico de la ciudad rumbo al Hospital Jackson Memorial. En la cabina, dos paramédicos intentaban calmar a una mujer que, momentos antes, habían recogido en su casa con fuertes dolores en el pecho.
El estado de la mujer no parecía mejorar durante el traslado, y a medida que se aproximaban a su destino, los paramédicos, vía radio, iban manteniendo al tanto a los enfermeros del centro de emergencias del hospital, con el fin de que prepararan lo necesario para recibir a la paciente.
Al mismo tiempo, en plena autopista llena de vehículos, una madre hacía lo imposible para tranquilizar a su hijo, quien estaba aquejado de dolor de cabeza y vómitos que le habían surgido desde mediados de la tarde sin una razón aparente.
La mujer y su hijo, y la paciente de la ambulancia, habrían de encontrarse a la entrada del Centro de Emergencias del Jackson Memorial, y tuvieron casi la misma recepción. A cada uno les esperaba una enfermera, que basada en su experiencia, estudios y una serie de lineamientos establecidos, decidió hacia donde debían ser enviados.
Esta escena es literalmente ficción. Una nueva regla de los hospitales impide que los pacientes sean identificados por los periodistas sin su permiso, y a un niño vomitando y a una anciana aquejada de dolores de pecho, en esos momentos lo último que les importa es firmar un papel para que un reportero pueda escribir sobre sus males.
Pero es posible, porque en esas y otras condiciones llegaron, durante el año fiscal transcurrido, al centro de emergencias del Jackson la mayoría de sus 113,000 pacientes, los cuales fueron literalmente ``tragados'' por una legión de 15 a 20 médicos y entre 25 y 30 enfermeras, que trabajan en turnos de 12 y 16 horas seguidas.
``Aquí todo el mundo es atendido por orden de llegada, pero una vez que pasa la primera inspección hecha por la enfermera que lo recibe, puede que su caso sea enfrentado mas lentamente, porque es posible que otros pacientes tengan una necesidad más apremiante'', explicó el doctor Daniel Gurr, mientras recorre las diversas salas del centro de emergencias, el cual está dividido en cuatro grandes bloques, uno de los cuales es el de pediatría, donde un enorme árbol de Navidad ocupa un rincón de la sala.
Uno de los grandes problemas del centro de emergencias, el cual contribuye en muchos casos a proyectar una mala imagen del mismo, es la lentitud con que muchos pacientes piensan que son atendidos.
El centro de emergencias, explica Gurr, es precisamente eso, ``un centro de emergencias, para lidiar con emergencias''. Sin embargo, muchos pacientes acuden allí quejándose de cosas que muy rápidamente los médicos detectan que no son graves, ni siquiera serias y casi siempre inexistentes.
Al centro de emergencias del Jackson va todo tipo de personas, independientemente de su estado migratorio o programa de salud. De hecho, las enfermeras no pueden cuestionar, y mucho menos rehusar tratamiento a un paciente en función de su seguro de salud. ``Es ilegal, hay que atender a todo el mundo'', dijo Gurr.
Pero, ``el 70 por ciento de los pacientes adultos llega aquí quejándose de dolores en el pecho, pero no tienen problemas cardiacos. Les hacemos electrocardiogramas, los auscultamos y casi siempre no es nada. No digo que estamos perdiendo tiempo, porque una vida lo es todo, pero desvía nuestra atención'', añadió el galeno.
Y la mayoría de los niños son llevados al centro de emergencias con fiebre, vómitos o diarreas, algo que puede ser atendido por un médico de cabecera.
En los últimos tiempos, los médicos han visto con alarma que se está incrementando el número de pacientes que acude al Jackson en un avanzado estado de deterioro que pudiera haber sido evitado si fuera atendido a tiempo por un médico de cabecera.
``Son enfermedades que al principio son sencillas, pero la gente las deja agravarse por falta de tratamiento. Creemos que esto se debe básicamente a dos razones; o la persona no acudió al médico de cabecera porque es más fácil y rápido venir a aquí o, sencillamente, no tiene un médico de cabecera y, por lo tanto, un seguro, y sus achaques terminaron por agravarse'', dijo Gurr, quien ejerce en el Jackson desde hace año medio, después que se graduó en la Universidad de Tullane en 1989 y fue enviado a Boston a adquirir experiencia.
Aunque en comparación al año fiscal de 2001 a 2002, el número de pacientes disminuyó en relación con el que acaba de transcurrir -120,000 a 113,000-, tanto Gurr como la enfermera administradora, Kathlen Dyksera, admitieron que las instalaciones y el personal pudieran ser mayores.
``Necesitamos por lo menos tres veces el espacio que tenemos'', dijo el médico. ``Algunos días las enfermeras son suficientes, pero en otros días cuando la severidad de los pacientes es alta no damos abasto'', añadió la enfermera.
El centro de emergencias tiene una presupuesto anual de $45 millones, de los cuales $35 millones son para pagar los sueldos de sus más de 300 empleados.
Todos los departamentos del centro de emergencias son atendidos por un par de médicos residentes o de guardia y unas 5 a 10 enfermeras. Pero hay un gran número de pacientes en los pasillos. Gurr explica que para las enfermeras que los cuidan es más fácil estar observando varios a la vez que estar confiando en los aparatos a los cuales están conectados.
El personal no se inmuta con la presencia del reportero. Sus ojos están puestos en los pacientes. En la sección de pediatría, donde los niños están acompañados por sus padres o guardianes, se les entretiene con juguetes. Usualmente, cada lágrima provocada por la aplicación de un tratamiento es siempre mitigada con un juguete o una sonrisa.
``Me acuerdo de un turno hace unos años, cuando teníamos un gran número de pacientes y sólo 6 ventiladores para aliviarlos. Fue una situación tan intensa que casi no hubo que decirle nada al personal, no hubo que decirle qué tenían que hacer', dijo Dyksera.
``Todo el mundo se dedicó de cuerpo y alma y, todos fueron atendidos uno a uno, y a todos se les salvó. Fue un día en que realmente tuve que decir, `Wow'. Fue un día en que valió la pena ser enfermera'', recordó Dyksera, que tiene 21 años de carrera.
(C) 2004 El Nuevo Herald